sábado, 9 de abril de 2011

Lavapiés: Dos caras de la moneda:

No sabía anticipar cuando fui a Lavapiés. Mi familia aquí me dijo, “No lleva bolso o nada. Sólo lo que absolutamente necesito en su persona… y por favor deja su pasaporte en casa. Que diviertas. ¡Hasta luego!” Claro, creía que era lo peor de la cuidad, y me preguntaba, “¿Por qué nos invitaba nuestro profesora a este barrio?” Llegué con mis compañeros y estaba sorprendida- no tenía ningún miedo.
De verdad, por un lado, me parecía como un barrio popular de Nueva York. Había mucha diversidad, más que cualquier otro parte de la ciudad que ya he visto. Personas africanas, hispánicas, asiáticas, todo hablando y afuera de las casas (unos mirando la gente que pasaba, otros tomando un cafecito con amigos, y niños jugando en el patio de recreo). Era como un barrio de verdad, con un sentido de comunidad y me gustaba muchísimo. Me da la impresión que muchos conocían a uno al otro.
Por otro lado, los dos lugares en que pasábamos un rato (el café y la tabacalera) eran muy diferentes. Estos lugares eran llenos de gente joven, gente artística. Nunca les definiría como gente “mainstream” o tradicional, y eso es muy interesante porque yo creo que es un poco contrastante de lo demás de la gente se encuentra en las calles.
El café a que fuimos es más o menos de la época posguerra y aunque yo pensaba la gente adentro sería mayor, creo que no hubiera ninguna persona que tenía más de 35 años- un café antiguo con el decoración original llena de jóvenes. Un camarero un poco impaciente nos llevaba nuestras bebidas (las únicas cosas tradicionales y para yo, un chocolate riquísimo) y discutimos Lavapiés- su historia, las políticas allí, la gente. Después, yo veía el barrio como nuevo, un lugar con promesa de unos cambios en el futuro, no un lugar peligroso o débil.
Después fuimos a un lugar no como nada más de la ciudad de Madrid- la Tabacalera. Eran las 9 de la noche pero había muchísima gente todavía. Artistas jóvenes y quizás ‘alternativas’ de todos tipos trabajaban sin parar en sus obras. Cada cuarto tenía una sorpresa nueva, unas veces cuadros por los paredes, otras veces un muchedumbre dibujando un astronauta, y todavía otras en que un banda tocaba sin público. Todo era muy surrealista.
De verdad me gustaban los dos lados que vi. Los dos eran curiosos, pero quiero mucho regresar y ser parte de una de las comunidades de Lavapiés, aun si sólo es por unas horas.

-Thea

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